Galicia. Ese mundo
desconocido, esa ruta de la expiación donde la verdura de los campos y los
valles brilla en su máximo esplendor. Si el huerto del Edén existiera, Galicia
sería su madre. Tierra que pareciera diseñada por una entidad superior, tierra
desconocida, recóndita, tierra de misterios.
Por entre las sendas de los
caminos viejos, las brujas aparcan sus escobas para adentrarse en las
profundidades de un bosque tan espeso como el potaje del que se alimentan los
lugareños de los pueblos, de los cuales no se menciona el nombre a menudo, pero
sin embargo existen.
Ese paraíso al que huimos los
que, absortos por la inmensidad de las grandes ciudades, donde cada paso que
das pasa inadvertido, ese lugar que nadie sabe que tiene, que cada persona que
lo pisa quiere quedarse, y cada persona que deja ese lugar quiere volver.
Galicia para mi “é outra
historia”. Galicia para mi es mi segunda cuna, no de nacimiento, sino de
resurrección. A veces pienso que todos los paisajes que han aparecido en mis
sueños tenían nombres gallegos. Galicia es mi destino, es mi profecía no
formulada por ningún vidente, más elaborada por mi alma, para menester de mis
sentidos, que brillan con el paso silencioso de la torrencial lluvia, que eleva
el alma mientras renueva el cielo raído de gris dorado.
Sus gentes son seres
idealizados, personas que solo podría concebir un escritor en sus noches de
soledad sentado a la luz de la luna, mientras un candelero sujeta sus penas.
Seres racionales, abiertos, entendidos, dotados de conciencia plena, quienes
capturan sonrisas por doquier. Son esas mismas personas que popularmente se
conoce como “gallegos” quienes han acogido esta miserable alma a la que la
capital castiza ha desheredado y querido entregar a las hienas del cruel
destino.
Las gentes de Galicia,
apiadándose de mi alma han recogido los cachitos de algo que una vez fui yo, y
los han recompuesto haciendo que me sienta mejor que en mi propia casa, que
camine por las desérticas calles del puerto un día nublado por la tarde, y
sienta libertad, sienta placer, sienta sosiego, sienta calma, sienta felicidad,
algo que ha mucho tiempo que no sentía.
Solo tengo una petición que
demandar de esta tierra que ha revivido mi alma. Conocer cómo es que Galicia ha
llegado a ser Galicia. Sus penas, adversidades, infortunios. Conocer los
caminos por los que han discurrido las lágrimas de la guerra o las alegrías de
las fiestas que con tanto desparpajo brillan en la luz de la noche. Conocer la
historia de Galicia, el cómo sus gentes, muchas con un dolor pesado a sus
espaldas, dolor de generaciones, no solo no han perdido el seso, sino que
tienen suficientes para acoger a un desterrado de espíritu como yo.
Ésta es mi demanda, mi
solicitud, mi petición. Adentrarme en las profundidades de esta tierra y de sus
gentes, conocer todos los pueblos que pasaron con ellas, saber más acerca de su
cultura, conocer más a la gente que puebla estas tierras de las que me he
encariñado tanto en tan poco tiempo, emocionarme con sus historias, aprender a
amar tanto a su tierra como la aman ellos, vivir tranquilo, como viven ellos,
regocijarme en lo poco como se han regocijado ellos, para saber tener y no
tener, para saber ser y dejar de ser, para saber querer con el alma, y amar con
el corazón.
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