lunes, 21 de marzo de 2016

DIGNIDAD: El mayor crimen de nuestro tiempo.

En ocasiones, me embarga la duda. Una duda tremenda y existencial que empieza por la simple y repetitiva pregunta de "¿Quienes somos en realidad?" Hay veces en las que no lo sé, y me cuesta saberlo. Veo buenas acciones, sí, pero muchas malas hay sin castigo, haciendo que la balanza de mi juicio se desvíe de manera indudable hacia un punto en el que mi mente piensa que no somos coherentes, que quizá nunca hemos sido dignos, ni sepamos siquiera lo que significa ese término.

Somos crueles, crueles con esas personas que brillan justamente por ser lo dignos que a nosotros nos falta. Somos tan crueles que estigmatizamos a esas personas por no pensar como se supone que debiera pensar la mayoría o lo "políticamente correcto" ese, tan dichoso que me parece repulsivo.

Me pidieron que narrara algún crimen sangriento, desdeñado, perpetrado por un enfermo o algún psicópata sin corazón ni sentimientos. Tras mucho buscar, y encontrar algunas cosas, resolví que ninguna de ellas se asemeja al que puede haber sido el peor crimen de todos, el más negro y conmovedor, con la diferencia, de que en este no se derramó una gota de sangre. Se derramaron lágrimas, y sudor, pero sangre ninguna, así que lamento comunicarles que estas palabras no tendrán el aliciente morboso que algunos podrían estar ya recreando. Lo que voy a contar a continuación es una historia de dolor, la más cruel que jamás hayan podido escuchar de boca de nadie. 

Quizá algunos se sorprendan, aunque estoy seguro que la grandisima mayoría sabe perfectamente quien es ese hombre del que ahora ven su foto, con una sonrisa melancólica, e, incluso, irónica, porque es dolor lo que le corroe por dentro en el momento en el que se hizo esa instantánea. Dolor de muy atrás, de 28 años, que ya es añejo. 28 años sin pisar la calle, sin respirar el aire fresco que golpea la cara un día soleado cara al mar, cuyo olor apenas podía apreciar procedente de la única comunicación que tenía con el mundo exterior: Una ventana.

La historia les aseguro que es sobrecogedora. Pero lo es aún más el comprobar la soledad tan grande que debió de haber sentido, al comprobar como ni el Estado ni una gran parte de su familia le apoyaban, que le dejaron solo, que rechazaban su petición, a mi parecer justo. 


¿Alguno se ha visto la película "Cómo ser John Malkovich"? Sí, esa en la que mediante un pasadizo secreto de su oficina, un neoyorquino consigue estar por unos minutos dentro de John Malkovich, un reconocido actor estadounidense. Bien, pues el vídeo que tienen antes de este párrafo es ese pasadizo secreto, que les conducirá no al cuerpo de alguien famoso que demuestre su poder con opulencia, ni a alguien millonario, ni a alguien libertino, no. Ese pasadizo les conducirá al INFIERNO con mayúsculas, ese pasadizo les llevará a ser un hombre de mediana edad, tumbado en una cama, sin poder mover un solo dedo, y con una angustia existencial tremenda. Les llevará a ver su interior desgastado por el paso del tiempo sin volver a sentir el sol en la cara, postrado en esa cama, inútil. Quiere desprenderse de ese peso muerto y volar, pero nadie parece estar con usted. Ha intentado que escuchen su voz, pero los tribunales parece que quisieran que usted se pudra en su propio cuerpo, en su propia soledad.

No le estoy pidiendo un esfuerzo muy grande. Solamente quiero que intente verse en esa situación, la misma que tuvo que sufrir este coruñés hace ya más de quince años. Solo pido eso. No quiero que usted piense como yo, ni mucho menos. Me gustaría que se pusiera en la piel de ese hombre y que resolviera en su interior que hacer, ¿que haría usted?

Porque sí, aunque no lo parezca, el derecho a morir es un delito, y el anhelo de querer hacerlo un crimen para el que lo desea y para las buenas personas que compadecidas de esa situación, le ayuden. A muchos ojos, ese es el peor de los crímenes, comparable a un terrorista que vuela un coche en los alrededores de un colegio o a un violador que acosa a sus víctimas a la salida de los portales. Hasta dónde habremos caído...

Consideramos justo lo injusto e inmoral algo que debería ser un derecho. ¿Es pues este otro de los vestigios de una España aferrada al santo y al verdugo? Una Galicia oscura y medieval, una España en la pobreza espiritual más grande. Otro episodio de la "Galicia Negra", que, como no lleva sangre en sus crónicas, poco a poco se desploma en el pozo del olvido, como una piedra en las profundidades del mar, un mar lleno de banalidades superficiales que brotan como algas arrancadas, ocultando, la sorpresiva belleza de las piedras, allá en el fondo...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario