sábado, 5 de marzo de 2016

Fuego a medianoche.

Rugía el infierno con su boca abierta para albergar un alma liberta, como la de Cristo cuando descendió para humillar al mismo Satán. Una cruz convertida en acero, unos clavos que no en las manos sino dentro de aquel acero maldito se clavarían en la piel de una víbora hecha en laboratorio, el Verbo reencarnado, esta vez, para esperanza de todas las mujeres de la tierra.

Era de noche, ¿sabe? De esas noches en las que la tensión y el ambiente congenian de maravilla para generar uno de los primeros calores de la ciudad castiza. Los gatos esperaban el apuntar vertical de la media luna que presidía el cielo, para cubiertos de celo sus ojos salir en busca de inocentes gatitas a las que robarles eso, la inocencia, apareándose contra ellas en un callejón para infestar aún más las calles de gatitos. A la tristemente protagonista de esta historia, mire usted, se le negó el derecho con el que contaban los gatos callejeros, el derecho natural de todo ser vivo, formar una familia, disfrutar de los placeres de yacer con el animal al que quieres, o bueno, en su defecto y en el caso de los gatos, con el animal que te atrae.

Hacía un calor de mil demonios aquella noche de Junio de 1933. El cuartel estaba prácticamente vacío, la verdad es que las noches de verano, por las verbenas, no es que se tuviera mucha actividad, por lo que solo permanecíamos allí los "servicios mínimos" por si a cualquier borracho se le ocurría cruzar la calle sin mirar o a cualquier ladronzuelo acosar a señoritas por la calle. Recuerdo que maldecía mi existencia por estar en ese rancio despacho con papeles a montones, ciertamente desordenado. La verdad es que a Montojo no se le ocurrió a nadie mejor que a mí para que hiciera de "jefe" del turno de noche, aunque yo ni pinchaba ni cortaba...

Daría mi pequeño reloj de bolsillo las doce menos cuarto de la noche, cuando de manera estrepitosa sonó el viejo teléfono central de la comandancia, y, claro, como nadie se dignaba a responder (seríamos cinco o seis en todo el cuartel) tuve que pegarme la carrera de mi vida para poder contestarlo antes de que sonara el cuarto timbre, ya que decían que si pasaba de ahí era mal augurio, no se, supercherías tontas de Guardias Civiles aburridos.

En este caso, no había ni borrachos ni ladronzuelos de barrio como protagonistas, ni siquiera una reyerta nocturna de estas de cristales rotos o cuatro tiros y heridos leves. La noticia, sin duda, era digna de toda mi atención. Unos vecinos estaban al otro lado del teléfono, y me dijeron asustados que habían escuchado disparos en el interior de una vivienda, y que los habían despertado. Les pedí una dirección aproximada y me encaminé con otros dos compañeros al lugar, dejando un pequeño remanente en el cuartel por si las moscas.

Al llegar a la zona los vecinos que llamaron nos recibieron a pie de calle. Allí nos contaron que vieron a la silueta de una mujer en el tercer piso del número nueve, disparar cuatro tiros con un pequeño revolver apuntando hacia un extremo. Sin molestarme en llamar a más patrullas, pues una mujer no iba a suponer mucho esfuerzo, nos dirigimos a aquel piso y tocamos la puerta de manera estridente, supongo que cualquier persona la hubiera abierto de inmediato. Pero no, no funcionó, como si no hubiera nadie en aquella casa y lo que hubieran visto esos vecinos se tratara de una alucinación cualquiera.

Tras desenfundar nuestras armas e identificarnos como agentes de la Ley en repetidas ocasiones y no obtener respuesta ninguna, e intuyendo que algo más grave pudiera haber acontecido, tiramos la puerta abajo, y empezamos a registrar la casa armas en ristre, esperando encontrarnos con una loca de atar que disparara cuando nos viera sin contemplaciones.

Tal fue nuestra sorpresa, que al abrir la puerta de la habitación del final del pasillo, encontramos a una mujer sentada mirando al suelo, con el revolver en su mano derecha, desganada ésta, casi haciendo ademán de tirarlo al suelo, aunque sin desprenderse. En la cama donde la mujer se sentaba, yacía cubierto su tórax de sangre una joven doncella envuelta en sábanas, también cubiertas de sangre. Al acercarme más comprobé, horrorizado, como esa chiquilla era nada menos que Hildegart Rodriguez Carballeira, un prodigio de la inteligencia humana, pues a sus 19 añitos era toda una eminencia del feminismo y el socialismo a nivel internacional. La señora que se encontraba empuñando un arma, ¡era nada menos que su PROPIA MADRE!.

La mujer me miró con resignación, como quien aguarda lo que ya sabe que vendrá, como un niño cuando ve venir la bofetada de su madre. Ante mi nerviosismo le ordené de manera autoritaria que dejara el arma y me enseñara sus manos, a lo que ella, de manera tranquila, obedeció dejando el revolver sobre la mesilla de noche.

-No hace falta que se altere, señor agente, no voy a hacerle nada. Solo habían cuatro balas en ese revolver, porque yo no soy una asesina.
-Eso, señora, tendrá que explicárselo a un Juez. Yo vengo simplemente para arrestarla y leerle sus derechos. -Iba yo a engrilletarla cuando ella me enseñó las manos, por lo cual no fue muy costoso. Con un papel cogí la prueba principal y la envolví con sumo cuidado, mientras pedía a mis hombres que telefoneasen al juez de guardia para que ordenara el levantamiento del cadáver. Cuando salieron en dirección al salón a hacer uso del teléfono, aproveché para intentar comprender como una madre había sido capaz de algo tan atroz.
-Mis derechos ya me los sé, no hace falta que me los lea. Por el abogado, no se preocupe, que no voy a necesitarlo.
-Le repito señora, que aquí yo soy un mandado, no tengo vela en este entierro, nada más que para asegurarme que sea puesta usted a disposición de un juez por lo que ha hecho.
-Y, ¿que he hecho?, si puede saberse claro.
-¿Ha perdido el seso señora? ¡¿Acaso no lo ve con sus propios ojos!? ¡Lo que ha hecho yace en esta cama! ¡Ha matado a su HIJA, por Dios bendito!
-Eso de ahí no era mi hija. Nunca lo fue. Era mi obra, era un instrumento. ¿Y que hace un mecánico cuando su llave inglesa no le sirve? Pues mandarla a fundir. Y eso es lo que acabo de hacer. Ella era mi obra, y se estaba desviando de su único cometido, por lo tanto he rasgado su lienzo y lo he tirado a la basura. Pintores hacen eso todos los días, y no veo que ustedes anden por ahí deteniéndoles.

Sinceramente, para que mentirle. Me quedé sorprendido con la respuesta que dio doña Aurora, quien hasta esa noche se había ganado mi respeto y admiración. ¿Cómo es posible que una madre hable tan fríamente de su hija, a quien acaba de dar muerte como si fuera un ratón que le robara el pan? Su mirada indiferente y sus gestos despreocupados hablaban por sí solos. Hablaba de su hija como una acaudalada mujer habla del abrigo que tiró porque se manchó de vino en una recepción. Era grotesco y repugnante.

-¡¿Cómo puede hablar así de su propia hija!?
-¡Qué va a reprocharme! ¡Usted no tiene derecho, no sabe nada! ¡No sabe lo que es que su propio padre no solo maltrate a su madre, sino que la viole mientras le repite que un día de estos la matará! ¡No sabe lo que es oír los lloros y gritos de una mujer que no puede defenderse! ¡No lo sabe! ¡No sabe lo que es aguantar todo eso y más siendo tan solo una niña, a quien todo el mundo desprecia! Así que limítese a su trabajo señor agente, como yo me limité al mío, y no emita juicios que no sean de su incumbencia.
-¡Nada de eso le da derecho a arrebatarle la vida a su PROPIA HIJA, joder! ¡Habla usted de ella como dirigiéndose a un vulgar objeto!
Es que era un objeto agente! ¡Era mi instrumento para someter a los opresores que maltratan mujeres, y que matan a cientos de ellas! ¡Por eso hice que un capellán me la metiera hasta el fondo! ¡Cuando se vino dentro de mi aquellas tres veces que fui a verle me daban ganas de vomitar! ¡Pero aun así seguí con mi propósito de crear un arma! ¡Un arma contra el machismo y la opresión de la mujer!
-Usted disculpe condesa. ¿Mata a su hija a tiros como a un vil criminal, y aun encima se justifica?
Está mejor así que en un altar vestida de blanco! -Posó la mujer su mano en la entrepierna de su hija yaciente. -Aquí, se encuentra el inicio de una vida gris de opresión. Toda esta fortaleza mental que tardé décadas en perfeccionar, sobre la que invertí mis ganas, juventud, tiempo, esfuerzo, y dinero en volver invencible, ¿se iba a desmoronar por que se le metiera un sindicalista en la cabeza? ¡Sobre mi cadáver!
-Así que usted prefiere acabar con su vida a que ella sea feliz con ese "sindicalista" al que amaba, ¿es eso verdad? Como es solo suya no quiere compartirla con nadie, ¿verdad? Esa, señora, es la misma actitud que ejercen los "machistas opresores" esos a los que tan ardientemente criticaba usted, y en cuya destrucción se empeñó creando este "arma" que destruyó usted mientras soñaba, sin siquiera poderse ella defender de su crueldad.

Me parece esto el mayor delirio de hipocresía de la historia, de una megalómana sin escrúpulos, quién nunca pensó que "su obra" tendría corazón, y podría conocer algún día el amor, el deseo febril de su cuerpo de ser fundido con el de alguien que de verdad la quisiese, y le horrorizaba saber que su pistola se estaba encascillando, por eso la mató con una de verdad. Es usted igual de cobarde, o incluso más, que esos maltratadores que matan a cuchillo a esas mujeres, pues al menos ellos lo hacen cara a cara, otorgando a la mujer el beneficio de su defensa. En cambio usted, la mató durmiendo, desde la distancia, sin ningún tipo de miramiento. Quizá no lo hizo con un cuchillo, por si reconocía alguna chispa de humanidad en su negro corazón que impidiera que acabara con la flor que usted misma parió hace 19 años.
-Ya veo yo, señor agente, que no ha entendido nunca nada. Si iba usted a nuestros mítines, salió de la misma manera que entró, con una cabeza cuyo cerebro es el tamaño de la nuez. Tendría que ser usted hombre.
-¡Cabeza nuez la suya! Ya veo, señora, que con usted es imposible razonar, es más, ¡está usted de camisa de atar! Es usted el ser más despreciable con el que he tenido que lidiar durante más de quince años de servicio, y mire usted que son unos cuantos a quienes he tenido que esposar. ¡Y pensar que la admiraba y le guardaba hasta aprecio!, que ingenuo soy, ahora me doy de cuenta.

Solo espero, que mientras se consume y se pudre en una cárcel por el resto de sus días, piense, aunque sea por un instante, que ha matado el sueño de muchas mujeres que no pueden concebir, y que hubieran dado su vida entera para tener la joya que usted acaba de evaporar. El fin no justifica los medios, y seguro que más allá de la mayoría machista y retrograda masculina, hay hombres a los que su limitada visión no alcanza, de un corazón mucho mejor que el suyo, al menos, con amor fraternal, algo que usted no sabe ni lo que es. ¡Ruiz! ¡Pascual!. ¡Ruiz! ¡Pascual! -Los otros dos agentes llegaron de inmediato desde la puerta de la casa, donde estaban fumándose un cigarro mientras yo acababa un diálogo que me dejó más traspuesto de lo que me encontraba,

-¡Señor!
-Hagan el favor y alejen de mi vista a este engendro del demonio -dije en voz autoritaria mientras señalaba a la señora -Encierrenla en el coche y quédense custodiándola, yo me quedaré a esperar el coche fúnebre, no deben tardar en llegar.
-¡Como ordene, señor!
Ojalá arda en los infiernos por lo que ha hecho! -Dije a la señora mientras los otros dos agentes la conducían a la salida. Ella, mirándome con un gesto burlón replicó -Bueno, ustedes adoran a un Dios que mandó a su propio hijo a la muerte, ¿no? Mi caso es exactamente igual, solo que yo tuve más agallas y deshice yo misma la obra que mi vientre concibió.
-¡Loca! ¡Está loca! ¡Ojalá la encierren en el más mugriento de los manicomios! -Cuando acabé de desearle los siete males del Apocalipsis, ella se empezó a burlar de mí cada vez más fuerte al son que se alejaba hacia la puerta.

El rostro de Aurora Rodriguez no volví a ver nunca más, y a Dios tengo que darle gracias de no volverme a cruzar con su demoníaca silueta. Días mas tarde me enteré por la prensa escrita de que había sido condenada a 26 años de prisión por su despreciable acción, cosa que, en contra de mi costumbre, aplaudí frenético. Era lo justo por arrebatarle la vida a alguien que apenas estaba empezando a vivir. Recientemente conocí de mano de un amigo, que falleció amargada, triste, y sola, en un manicomio en Ciempozuelos, tal y como le predije aquella noche que acabaría. Una psicópata con delirios de grandeza es lo menos que podría merecerse, igualándose incluso ante Dios, desafiando su persona, esa señora era la encarnación del mismísimo Lucifer.

Murió repitiendo el nombre de su hija como una posesa, imagino que, después de tantos años, algo de humanidad despertó en ella, y moriría de un colapso de ver toda su desgraciada vida pasar delante de su memoria, que nunca olvida, nunca perdona la conciencia, y por lo que se ve, a ella todavía le quedaba de eso. Según contó ante el tribunal el día de su enjuiciamiento, llegó hasta tal punto su delirio y su locura que encerró a su hija a cal y canto en aquella casa, mientras urdía de manera ruin una argucia para "deshacer su propia obra", como ella misma llamaba a su hija. La mató ya en vida, antes de apretar el gatillo.

Usted, que se dedica a esto de la psicología, a usted es a quien insto a investigar más en profundidad el caso de esta mujer, y de gente de su calaña, que solo busca su satisfacción personal y el control minuto a minuto de sus seres "queridos" como si cualquier movimiento por parte de éstos supusiera el mayor ataque contra su ego que nadie pudiera imaginar. Porque nunca terminaremos de limpiar este mundo de seres demoníacos, parece, que la maldad se disfraza de bien para que nosotros hagamos oídos sordos, para que callemos, miremos para otro lado, y justifiquemos actos que deben ser del todo condenados. Solo la mente y la razón de un monstruo pueden imaginar que otro ser humano le pertenezca, por muy hijo suyo que este sea.

Le invito a usted, que está leyendo esto, y que seguro que sabe del tema, a que me remita su opinión personal, y, por supuesto, profesional, ante lo que creo, que es la mayor demostración de crueldad de toda la historia, propiciado por una mente enfermiza, desquiciada y sedienta de control autoritario, que ante la negativa de dejar libre a alguien que merecía esa libertad, la eliminó de la ecuación en nombre de la libertad, y de los "nobles" propósitos que predicaba puertas afuera. De la mezquindad no puede salir nada bueno, y de las cadenas no puede salir libertad. Ahora ¿que opina usted?

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